14 marzo 2013

Cuando de viajar se trata


Volver a la rutina es retomar las mismas actividades de siempre pero MI rutina (y seguramente la de muchos otros) implica un grado de estrés adicional vinculado al transporte público, en donde el tren se lleva todos los créditos: demoras, paros o cuando no, descarrila.

Quisiera contar una experiencia personal, que se trata de uno de esos viajes en tren que nunca voy a olvidar. Si bien fue hace un tiempo, por aquellos días de noviembre, es una situación que hoy por hoy sucede con normalidad.

“Viajar en tren es de lo mejor”, le enseñan  cantando a los chicos en el jardín y lejos de esa realidad se encuentran cuando crecen y se toman por primera vez uno. Cualquiera pensaría que viajar en el transporte público es lo más normal, acorta tiempos  y distancias, pero en el mundo del revés, nada es lo que debería ser. Demoras es la primera palabra que se escucha al llegar a cualquier estación. Antes de ver al tren, se escuchan malas noticias por los parlantes: “problemas técnicos” parece ser la excusa perfecta, ya sea por un “suicidio” o porque “están arreglando las vías” o por qué no, “se incendió o descarriló un tren”.

Miércoles 13.30 hs, 34°5 Terminal Retiro. “Próximo tren con destino a Tigre arribo en plataforma dos en aproximadamente 20 minutos”, anuncia una voz del más allá. La gente empieza a amontonarse en largas filas, mezclándose las hileras. Algunos sentados en el piso, otros parados. Todos fumando, porque hasta el que no tiene cigarrillo se fuma el humo que el de adelante le tira en la cara. Unos con auriculares escuchando música, otros leyendo libros o diarios y alguno mirando el reloj, moviendo el pie ansiosamente, de brazos cruzados, bufando a cada rato y en puntitas de pie espiando que por fin llegue el tren.

Luego de 20 minutos, se vuelve a escuchar la voz del odio: “Próximo tren con destino a Tigre suspendido y con demoras por problemas técnicos”. Los impacientes se dan media vuelta y se van en busca de una nueva opción para llegar a sus casas, el resto, resignado, se queda a la espera del arribo.

Después de un rato llega pero con menos vagones de lo normal. Si las filas ya se mezclaban porque no se entendía dónde terminaba una y otra, ahora se forma un embudo en donde la gente se empuja por entrar primero y conseguir “un buen lugar”. De más está decir que la regla moral de “ceder el asiento a los mayores” ya no existe y las embarazadas tienen que pedir un asiento a los gritos para que alguien se levante.
Al subir no hay luz pero por suerte las ventanas están todas abiertas; pensas que quizá ahora no puedas respirar porque tenes los chivos de los pasajeros que rodean tu cara y no podes girarla para ningún lado, pero tal vez cuando el tren arranque corra un poco de aire. Qué ilusa, no sólo no va a pasar eso, sino que tu viaje será una aventura o un infierno... 

Pasados unos diez minutos “se hizo la luz”, la gente aplaude como festejando. El tren arranca. Unos yankees putean en inglés. A los gritos se reprochan la mala decisión de haber subido. Son una familia de 5 personas: los abuelos van sentados, mamá y papá son quienes pelean y el baby llorando en el cochecito es el que peor la pasa. En vez de alzarlo y que los abuelos lo lleven a upa al lado de la ventana, los padres luego de finalizar la pelea con unos gritos de “STOP, STOP”, lo mojan con una botella de agua mineral, pero eso no lo calma. Llora, grita y patea las colas de la gente que está a su alrededor.

Eso no es nada, atrás tuyo hay un tipo leyendo un diario… eso significa no sólo que cuando pasa las hojas te las da en la cabeza, sino que cuando cree que ya no hay más qué leer, lo baja y te lo apoya donde antes, te pateaba el bebe. Respiras hondo, contas hasta mil de adelante para atrás y de atrás para adelante. Por otra parte, te tratas de mentir diciendo que no hace calor, pero no tiene sentido. Los casi 35° hacen que sientas caer las gotas por todos lados. Las hendijas de tu cuerpo forman cataratas, y no sólo está tu transpiración, sino que se te pega la del tipo de al lado que tiene toda la remera mojada, y la del otro tipo, que tiene la cara hecha agua.

De olores ni hablar. Llega un punto en el que perdes el olfato de tanta mezcla. Transpiración, comidas, flatulencias y hasta la basura que no recogen los basureros hace días. Gran variedad de perfumes terminan por taparte la nariz. Inconscientemente tu cuerpo optó por respirar por la boca. Cuando te queres dar cuenta estás llegando a la estación de Belgrano. El mal humor aumenta de sólo pensar que te vas a sentir estrangulada por los que quieren subir y empujan a los que están adentro. Es como cuando tratas de meter a la fuerza ropa en tu bolso de verano  y a veces hasta te subis arriba de la valija para que de alguna forma cierre y entre todo lo que te queres llevar. Así como te das cuenta de que tenes que sacar ropa porque por más que quieras no la podes llevar, en el tren la gente debería pensar no subir porque no entra. 

No hay lugar ni para los vendedores ambulantes. Ni para los que venden "algo", ni para los que te rompen el tímpano ya sea cantando o tocando la flauta. No te podes mover, no podes respirar, no podes hacer nada, sólo rezar llegar. Si llegas a destino, trata de bajar trepándote arriba de la gente, y decidite hacerlo por lo menos una estación antes. Si no llegas porque hubo algún “problema técnico” en el camino, búscate otro medio de transporte que te alcance a destino y ojalá no tengas que vivir otra aventura de estas... o sí porque como te enseñan desde chico “viajar en tren es de lo mejor”.


Dedicado a todos aquellos estudiantes, trabajadores o viajantes que alguna vez pasaron por una situación similar.